domingo, 26 de julio de 2009

CREMÈ BRÛLÈE



CREMÈ BRÛLÈE

Primera cucharada. Las miradas se encuentran. ¿Por dónde comenzar? Este momento siempre es difícil, porque no sé si quebrar la costra de caramelo con un solo golpe de cuchara o hacerlo poquito a poquito. Alrededor, todo es silencio, porque elegimos un espacio donde sólo tú y yo somos los comensales: es un banquete privado. En sintonía con tus pupilas, entiendo la frase de “cuando los ojos sonríen”, porque en esos ojos oscuros, brillantes, intensos, parlanchines, resalta un homenaje sincero a la vida .No hay manera de eludirlos, y menos cuando en ellos me retrato, auténtico y feliz. Ya era hora, me digo. Han sido muchas vidas de búsqueda. Y aquí estás, justo frente a mí. Te pruebo y me compruebo que sólo existes tú.
Segunda cucharada, Mis labios se acercan a los tuyos, apenas dibujados en un rostro de trazos exactos y armónicos. ¿Te habían dicho antes que tu cara se ilumina de mil colores cuando esbozas una sonrisa? Sí, me liberaste con tu luz cuando estaba atrapado en esos pasillos oscuros, de paseo por el vacío. En un beso, nuestras historias se abrazan y abrasan, se funden y confunden, se conocen y reconocen. Mi lengua se enreda con tu lengua y el sagrado rito de iniciación de salivas revueltas convulsiona mi cuerpo. La hoguera ha sido encendida. Sí, elegí quebrar el caramelo de un solo golpe, para que no queden dudas de la dimensión del deseo.
Tercera cucharada. Me éstas perturbando. Mis manos viajan por tus hombros, tu cuello, tu cara, tu pelo, a la misma velocidad con que la adrenalina fluye por mi cuerpo. Las tuyas recorren mi pecho, mi espalda, mi nuca. Nuestras bocas no quieren separarse nunca más. En la eternidad de un beso se desatan mil y una caricias para reconocer el terreno, tan nunca y tan siempre explorado, como el sabor de esa crema francesa que seduce desde el plato. Me rindo. Intenté eludir varias veces tu campo magnético, y apenas ahora comprendo por qué era inevitable.
Cuarta cucharada. Te siento cerca. Tu pecho y el mío, sellados, se intercambian los latidos: por fin dejamos atrás los miedos inútiles y abrimos las puertas de la pasión, aprisionada en la cotidianidad de esas reglas absurdas que no están escritas en ningún lado, pero que ambos seguimos con disciplina inquebrantable. En su viaje por los cuerpos, nuestras manos se encuentran y se aprietan con la alegría de saberse juntas. No hay marcha atrás. Una vez que pruebas la vainilla natural, no hay forma de volver a los sabores artificiales.
Quinta cucharada. Tus sabores, aromas y texturas subrayan la línea del deseo, inevitablemente cruzada, al tiempo que el bocado de leche, caliente y dulce, pasea por mi boca. No importa cuán torpes son los movimientos: construimos, piedra a piedra, el templo de una pasión que nació sin que nos diéramos cuenta siquiera. Desabotono tu camisa, y mis manos por fin se deslizan por tu piel. Me detengo para contemplarte. Eres arco iris, océano, continente, nube, lluvia, cielo, constelación.
Sexta cucharada. Nos tocamos. Al descubrirnos, nos reconocemos. Tus manos, mis manos, en ebullición, ya no se detienen, y untan de crème brûlèe el cuerpo del otro. Temblamos. Sudamos. Ambos imaginamos lo que se aproxima. Si cruzamos la frontera, ya no podremos, ya no podremos volver al pasado, lo sabemos. Revolución. Reconstrucción. Liberación. Me pregunto cuándo fue la primera vez que te miré de otra manera, como fue que una mañana, simplemente, amaneciste tatuada en mi alma. Sí existes.
Séptima cucharada. Desnudos, nos miramos. Tu boca me recorre, de norte a sur, de este a oeste, cruza ecuadores y trópicos, y hace pausas, breves, larga, en los destinos que tú eliges, mientras tu lengua absorbe los restos del postre en mi cuerpo. Tus labios aprisionan mi sexo, y el caos se transforma en armonía: el calor de tu boca me humedece por dentro, mientras subes y bajas en un silencio que no quiero que se rompa jamás. Tus dedos me estremecen.
Octava cucharada. Es mi turno. Elijo un recorrido lento por valles, cordilleras, bosques y manantiales. Muerdo los dedos de tu pie, reflexiono en tu rodilla, me distraigo en tus codos, nado en tu ombligo y bebo la crema, derretida ya en el calor de tu piel. Pero es en tu entrepierna, embriagado de aromas y sabores, donde me estaciono. Tus gemidos son una sinfonía que han cambiado el sentido de la música para siempre. Mis dedos te estremecen.
Novena cucharada. Te penetro. Ingreso a un circuito de placer que no admite pausas. Me montas y me utilizas para darte placer. Te monto y te utilizo para darme placer. Equilibramos fuerzas y vamos juntos hacia la última estación, justo donde la salida es la llegada y el encuentro se transforma en la eternidad de la plenitud. Big Bang. Aún con un plato vacío enfrente, me queda claro que hay instantes, sí, que perduran para siempre.
Décima cucharada. Si Dios creó el mundo en siete días, yo lo reinventé en diez cucharadas. Quiero otra crème brûlèe.


Es el relato erótico más bonito que he leido jamás!!!!

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